Saturday, August 26, 2006

EL HOMBRE DESNUDADO

Amparo Carballo Blanco
escritora y editora



La luz era perfecta. Todos los voluntarios se estiraron boca arriba sobre el negro asfalto. Era un río de cuerpos desnudos por amor al arte de Spencer Tunick, singular fotógrafo USA que superó su propio récord al congregar a siete mil personas en pelota picada para la foto en el recinto ferial de Barcelona. Tal vez la intención del desnudo colectivo y de la foto es contar de forma realista como todos los seres humanos desnudos somos iguales, o casi. Que uno más uno es uno con uno igual a todo. O que uno menos uno no es nada, y sólo se puede ser río viviente sumando y no restando. Qué sé yo.
Sin ropa ni adornos, sin pelos ni plumas, excepto en su lugar los necesarios y de momento imprescindibles, una anónima muchedumbre humana parece cosa indefensa, semeja un tranquilo río de blancas larvas maravillosamente pequeñas y frágiles en su primera forma, pero capaces de mejorar y perfeccionarse mientras este planeta siga girando según la vieja teoría de la gravedad newtoniana, y permitamos nosotros mismos que pueda continuar el incomprensible juego de la vida.
Vistos así, desnudos y apelotonados, parecemos pálidos bichitos carentes de erotismo, raros individuos demasiado crecidos, demasiado minúsculos para que Dios y hormiga nos puedan ver, decía yo en un poema. Sin embargo la aparente fragilidad, la pequeñez y la grandeza del ser humano en su desnudez contrasta con la verdadera condición de éste y su contradictoria intervención en el medio. Quiere permanentemente hacer y deshacer el mundo a su imagen y semejanza, y no consigue sino volver al pozo de sí mismo. Nada le es suficiente para quien lo suficiente es poco, dijo Epicuro. La riqueza corrompe el alma humana, la pobreza la destruye, según Rosa Chacel. Y trágicamente confundimos la búsqueda y posesión de la riqueza con el progreso. Por eso, obsesionado con la avidez de ser más y más incesantemente, el ser humano contribuye al derribo propio contaminando su única casa con guerras que degradan el medio ambiente, siembran miseria, miedo y muerte. Bajo el feroz capitalismo global la solidaridad languidece en medio de un tufo caliente y desabrido. De tanta ambición, la generosidad muere de anemia. El apetito de destrucción está tan arraigado que nadie logra erradicarlo, forma parte de la condición del ser humano que, desde los primates al homo sapiens, parece tener bien gravada la conocida frase: «¡está bien así, porque yo no estaré aquí para verlo!»
Sabido es que toda la Humanidad junta, machacada y esparcida sobre la tierra sólo sobresaldría unos centímetros de la corteza terrestre y el planeta no aumentaría de peso ni volumen. Siendo como somos, apenas un tapiz en el suelo, ¿quién diría que dentro de la piel del mono desnudo conviven tantos extremos contradictorios, tanta crueldad y egoísmo, a la vez que las mejores cualidades, logros técnicos, artísticos y científicos, incluso los espirituales o metafísicos? Piel suave y cálida accesible al tacto, refugio donde fermentan los amores. Gracias a ella el alma, esa fuerza que nos habita desde la nuca hasta la frente, sabe del calor y del frío; gracias a ella los gusanos se encaraman a sus ideas.
Cada día, desde los medios de comunicación, nos llegan noticias de desgracias, luchas por el poder, corrupción política, escándalos financieros, terrorismo, amenazas, bla, bla, bla. Pero nunca de paz y armonía consolidadas. Tanta contaminación aumenta el rechazo a ese tipo de comportamientos, faltos de ética y de cooperación. Ante esto, acaso la única escapatoria, el único respiro sea el arte por el arte, enamorarse para temblar de esperanza, darse a la poesía o a la filosofía, al nihilismo que busca en el goce del instante el único absoluto. O invocar a la melancolía, que no es un estado emocional, sino una condición básica del trabajo creativo. Cioran dice: «¡qué eternos serían los seres humanos si tuvieran bastantes ilusiones para que sus pasos discurrieran por un universo de terciopelo! ¡Pero no! El ser humano a su paso suele dejar calamidades y desfiguración de la apariencia. La Naturaleza cometió algo más que un error de cálculo inventando al hombre: cometió un atentado contra sí misma.»
Y alguien dijo también que el cuerpo del hombre es un ¡ay! hecho de agua, una exclamación sujeta a los estados alotrópicos de la materia que ha cobrado forma. Que cada individuo es único en el cuándo y el cómo, el tal vez, el sin duda, el sin embargo, pero que la belleza del hombre desnudado reside en su sinnúmero. Por eso el fotógrafo ha querido inmortalizar tal desnudez masiva en la foto, explicar por qué somos tanto y tan poco, tan multitud y tan desamparados. Que hay que defenderse de todo lo que somos, pero de tal manera que no nos destruyamos. Que juntos los seres humanos tenemos caminos que seguir, puntos que alcanzar, necesidades que realizar, sin la destrucción sistemática e insensata de toda forma de vida. Y así llegar a convivir en paz en este planeta azul del que formamos parte orgánica.
Recordando, de Pablo Neruda, estos versos: «¡Salud, reconocedme, / somos iguales y no nos queremos, / nos amamos y somos desiguales, / cada uno con cuchara, / con un lamento especial, / encantado de ser o de no ser: / hay que disponer de tantas manos, / de tantos labios para sonreír, / salud! Que ya no queda tiempo.»

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