Thursday, August 24, 2006

LA (IN)COMUNICACIÓN

Tribuna-Opinión- Diario de León 10-06-2003
La (in) comunicación

AMPARO CARBALLO BLANCO

Quiero saber si usted viene conmigo
a no andar y no hablar,
quiero saber si al fin alcanzaremos la incomunicación.
(Pablo Neruda)

La gente llegó a hablar entre sí antes de saber intercambiar sus ideas e informaciones a través de la escritura. Y durante miles de años, la conversación fue la única forma de comunicación, por tanto antes de la galaxia Gutemberg la cultura de los seres humanos era esencialmente hablada y oída.
En la actualidad, a pesar de vivir en la era de la información y de los avances científicos y tecnológicos, uno sabe que hay demasiados enfermos de enfermedad, de soledad y desencuentro, que la sociedad está perdiendo, entre otros importantes, el preciado valor de la comunicación interpersonal. No descubrimos nada nuevo. Parece mentira, pero es verdad: hay exceso de mala comunicación, desinformación y a la vez crisis a nivel social, familiar y de pareja. Y en este enjambre desolado, multitud, tormenta y torbellino nadie escucha, nadie entiende. La voz que cada cual profiere no es más que ruido, inarmónico sonido para los compañeros del camino. Tal vez porque tenemos poco o nada en el pensamiento para intercambiar, las necesidades son diferentes, las parejas se hacen y se deshacen a velocidades de vértigo, y todos estamos muy ocupados en sobrevivir, por eso nos limitamos, como si fueran mercaderías, a cambiar baratijas por silencio, a sustituir las interrelaciones humanas reales por las virtuales.
Por ejemplo, no hay más que sumergirse en internet para darse cuenta de la cantidad de náufragos silenciosos que salen a ese océano en busca de amor, amistad, algo. Para ello, en un localizador cualquiera de parejas, cuelgan perfiles tales como: «Soy ingeniero, profesor universitario, pintor acuarelista. Estoy separado y en breve divorciado. Mido 1,70, peso 77 kilogamos, dicen que no aparento los 51 años. Busco compañera, paso de los malos rollos eventuales que no llenan el corazón y sólo calman la soledad por momentos» . O este otro : «Hola, ja, qué risa. Creo que soy inteligente, físicamente normal, simpática, curiosa, me gusta hacer muchas cosas: leer, el cine, viajar, el campo. Soy funcionaria y guapa, tengo sentido del humor a raudales, pero puedo ser muy seria. Me gusta escuchar, me encantan las buenas historias, admiro la imaginación desbordante y las personas no mediocres...» Y así, miles de don Nadie y Dianas cazadoras infortunados hambrientos exhiben su mejor perfil, casi nunca real. Es una red de palabras, frustraciones, deseos e ilusiones, donde frotan la lámpara del genio de internet para ver si unos y otras se encuentran con un azul príncipe comprensivo o con un hada maravillosa que les ofrezca un horizonte, un para siempre. Sí, esta fórmula puede ser tan válida como otra cualquiera para que los invisibles se hagan visibles, cuando dentro de su entorno no tienen ya ninguna oportunidad de deslumbrar. Claro que lo difícil es acertar, hacer coincidir jarra, agua y vaso, y que don Rápido Rodríguez me convenga o doña Luciérnaga Aguda sea mi amor . ¡Oh, la búsqueda de lo nuevo! ¡Oh, la felicidad anhelada! Pero el mar de cada día es muy duro de navegar, y además como dijo una famosa poeta:
uno siempre es uno
y dos no son uno,
es evidente;
pues de cada uno
es el peso de su sombra
y el paso de su suerte.
Los muros del silencio nos separan, el óxido implacable de la indiferencia nos corroe y la sociedad en la que vivimos levanta muchas barreras que obstaculizan la comunicación; la importancia de escuchar; las técnicas de persuasión. Por eso no deja de ser interesante y agradable el experimento que dos jóvenes neoyorquinos han realizado. Se instalan en la calle con sus mochilas, sus sillas plegables, y un cartel en el que se lee «háblame».
Su pretensión es promover las relaciones directas entre las personas, escuchar las historias de todos los transeúntes que lo deseen, animar a que la gente ávida de conversación cuente cómo les ha ido el día, cuáles son sus sueños o sus pesadillas. O confiese sus neuras, el último desengaño amoroso, la penúltima zancadilla en el trabajo, cualquier otra cosa que les preocupe. También en España funcionan en algunos centros educativos de la ESO los llamados grupos de mediación, que se limitan con inteligencia a escuchar atentamente a estudiantes conflictivos, facilitando la comunicación que ellos desean. Todo lo que se haga en esta dirección parece una buena idea.
Hablar y escuchar, sentir que somos escuchados, no estar en continuo eclipse verbal, abrir espacios al regalo de la voz, tiempos para el trato cercano con el otro, y no llegar a la discusión agria sino al entendimiento máximo posible: esta pudiera ser la clave para que el mundo vaya mejor. Aun a sabiendas de que también esta partitura es un grito herido por el silencio, que las palabras las esparcen los vientos, que lo impreso muere roído: hablémonos aunque sea escribiendo en voz baja, susurrando al oído. Hoy podemos decir, como Neruda, mejor esto que aquello de:
«pago yo aquí por tu silencio.
De acuerdo: yo te doy el mío
con una condición: no comprendernos».
- ¿Y luego, qué? - Al estilo de Celso Emilio Ferreiro, saluda de mi parte a Fuco Pérez sin segundo/¿Qué che falta...?

AMPARO CARBALLO BLANCO es escritora y editora

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